Con un poco de locura por favor.

"Morir es un arte, como todo. 
Yo lo hago excepcionalmente bien. 
Tan bien, que parece un infierno. 
Tan bien, que parece de veras. 
Supongo que cabría hablar de vocación...." 
(Sylvia Plath.)


Recuperación ¿engaño o realidad? 
Los años, las malas decisiones y algún que otro trastorno con nombre y apellidos me han permitido experimentar el dolor -entiéndase físico y mental-. Miradas paternales aún inseguras y múltiples cicatrices blanquecinas atestiguan tal sufrimiento, un desbarajuste emocional que en ocasiones  me condujo al abandono, a la muerte prematura, o deseo de ella.
***
Julio de dos mil quince, diversos entendidos de la medicina corroboran mi recuperación, aplauden mi retorno a la luz, a la cordura o a la ausencia, por ahora, de locura.
¡Milagro! la adolescente caprichosa ya no se codea con el lado oscuro, no hunde la espada en su brazo, los kilos han ganado la batalla al rechazo.  Bromas e ironías aparte, señoras, señores, familia y múltiples especies en extinción -diversa chusma cogeneracional- realicemos un tour por la ciudad maldita, bienvenidos a la mente, mi mente. Bienvenidos al caos.(Tú, sufrido lector, deberás perdonar el dramatismo, la teatralidad y mi recurrente y excesivo uso de la adjetivación y repetición innecesaria de sustantivos. "¿Cada maestrillo tiene su librillo?").
Permíteme tomarme libertades, permíteme preguntar abiertamente ¿has pensado en la muerte? Y no, no hago alusión a consideraciones existencialistas o filosóficas, ésta pésima escritora reformulará susodicha pregunta ¿has pensado el tu muerte, tu vida siendo tomada por las manos que se aferran a tus brazos? Como monólogo o conversación unidireccional que esto es te ilustraré con mi experiencia, mi respuesta.
Estos días la costa levantina es azotada por un calor abrasador, la humedad (¡Oh maldita humedad!) empapa camisas, blusas y pellejos, el poniente invita a adueñarse del tirante y bañador y aquí ando yo, en tierras del Turia, en pleno julio con los brazos cubiertos. ¿Estupidez? Miedo, vergüenza, arrepentimiento quizás. Vestigios de cuadros depresivos y algún que otro mal, marcaron este cuerpo a fuego, como al ganado, como el trasero de una res cuyo destino es el matadero. ¿Y mi matadero? Hubo noches, mañanas, tardes, semanas, meses y años en los que viví junto a él, años en los que los berridos llegaban a mis oídos inundando mis ojos y acuchillando mi torso. El mundo observaba, observaba con congoja heridas y daños, la negativa de un cuerpo maltratado a huir del cadalso. ¿Cuerpo? El cuerpo, aunque fustigado, se hallaba sano. La mente, las voces, las exigencias condena del verdugo invisible que jamás nadie supo controlar.
Junto al matadero rodó mi cabeza por años, de piedra en piedra, de pezuña en pezuña ¡vaya, un remanso de paz! confiar en ellos error fatal. Sufrí, me pudrí, por dentro, por fuera y contagié a quien se aproximaba a mi vera. Presa y carcelera, enferma y enfermera.
Recuperación ¿engaño o realidad?  Nulidad. Es la recuperación tierra inestable, plagada de grietas y socavones de los que ni Moria es rival. La recuperación es temporal, ambigua y terrorífica.
Julio de dos mil quince, aún no he topado con un nuevo abismo.

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