Niña...

El pecho cargado de espinas,
lluvias estivales,
al caer la gota,
entre los dedos sangre.
Niña,
tus colinas requeridas como el amor que en los ojos turbios habita,
o el verdor oculto en la hendidura de un muslo.
Moras el cielo, el suelo, kilómetros de una basta, deslucida, peregrina muchedumbre de pájaros silvestres,
alas manchadas de reflejos iridiscentes.
Portaba en los pechos, flores por vergüenza, una tierna primavera,
halcones sedientos de leche materna,
alumbrando vida de palabra impresa.
Niña,
lavando tu melena ríos de pena,
el batir de un corazón yermo,
latidos arullados por el viento,
en la nana mortal del infante muerto.
Niña, te hablé en tercera, jamás quise hacer mía tu pena.
Niña, de tu alma, mi esencia sedienta.

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